lunes, 26 de enero de 2009

Historias con moraleja

Dámaris Sanz: La Historia de cómo Poldo dejo de estar solo

Había una vez una niña que tenía un osito de peluche rosa llamado Poldo.
Era su único peluche y le tenía mucho cariño. Sus amigos le decían que quizás Poldo se sentía muy solo porque no tenía amigos peluches, así que Rebeca, que así se llamaba la niña, decidió comprarle una compañera.
Consultó con sus padres esa opción y le dieron dinero para comprarse un peluche del tamaño de Poldo. Ahora la niña tenía el dinero, pero la pregunta era… ¿qué peluche debía escoger? David, uno de sus amigos, le había dicho que no podía comprar otro oso porque si lo hacía Poldo se sentiría más que acompañado sustituido por otro oso, así que Rebeca no pensaba comprar otro oso.
A Rebeca le gustaba un peluche que no sabía muy bien lo que era, era un bicho alargado con alitas pequeñas y una boca que daba algo de miedo, su amiga Alicia dijo que era un dragón y que no podía comprarlo para que Poldo no se sintiese solo, porque el dragón tenía una cara tan extraña y con dientes que iba a asustar a Poldo, así que Rebeca se fijó en otro.
Esta vez le gustó un cervatillo de ojitos brillantes y Alicia decía que era perfecto, pero entonces David le replicó que no podía coger un ciervo porque era la merienda de los osos y Poldo se lo comería. Rebeca estaba un poco harta ya de tanta réplica, pues ella conocía la dieta de Poldo , formada por té y chocolate, y no creía que éste se fuese a comer al ciervo y menos aun con esos ojitos que tenía, pero por si acaso miró otro peluche.
De nuevo, se fijó en otro peluche, y esta vez le gusto más que los anteriores. Era un caballo de alas plateadas y un cuerno brillante en la frente. Sus amigos no pusieron quejas a este animal porque no sabían lo que era, pero aun así el dinero no le llegaba para comprarse el bonito caballo, así que pasó de largo.
Entonces los ojos de Rebeca se posaron sobre un animalito que era como un gato totalmente negro y con los huesos remarcados y un corazón rojo llamativo. A ninguno de sus amigos les gustaba el peluche, decían que era siniestro.
En esto vino la hermana de Rebeca para preguntarle qué peluche había escogido. Rebeca le explicó cuales le gustaban pero que no podía cogerlos y el porqué.
-¿De veras crees que es necesario comprarle un peluche a Poldo porque crees que se siente solo pero en el fondo te tiene a ti?-dijo su hermana porque se quería ir cuanto antes.
Rebeca reflexionó. Tenía razón, no tenía por qué buscarle un amigo a Poldo solo porque los demás dijesen que quizás se sentía solo cuando era ella la única que podía decidir sobre la vida de Poldo (aparte del propio Poldo) y pensó que porque los demás no les gustasen los otros peluches ella no tenía que quedarse sin ellos, así que convenció a sus padres y se los compró todos.

Víctor Martín López: Historia con Moraleja.

Érase un hombre que se sentía muy agobiado porque quería aprender muchas cosas en poco tiempo y ser bueno haciéndolas. Intentando establecer un orden de prioridades preguntó a su mayordomo su opinión. Él que perfectamente conocía una buena lección a su descabellado propósito quiso que su señor se diese cuenta de ello por sí mismo. Por esto comenzó a narrar una historia:
<El pato siguió con su petulante discurso a la vez que se miraba en el reflejo de las verdes aguas del estanque. A esto, una serpiente que estaba descansando enroscada en un árbol cercano interrumpió su charla:
“Cierto que sabes nadar, no mientes cuando dices que sabes volar y muchos suspiran por tus plumas, pero, ni nadas tan rápido como un pez, ni vuelas tanto ni tan alto como un pájaro y por supuesto no tienes el plumaje de tu pariente el pavo real”.
El pato se quedó triste y cabizbajo pensando en aquello.
Desde ese día ni una presumida frase salió del pico del pato y se esforzó en silencio por mejorar sus cualidades.>>
Al terminar el mayordomo con la historia, su señor se dio cuenta de sus limitaciones y de ahí en adelante adoptó una actitud semejante a la del pato

Moraleja: Más vale hacer una cosa bien que muchas mal, o como dice un refrán: “aprendiz de mucho, maestro de poco”

4 comentarios:

ANA dijo...

¿es así como se supone que tiene que quedar?

-Dámaris

ANA dijo...

Eso es, muy bien, Dámaris. ahora, a ver qué dicen tus compañeros.

Alberto dijo...

LA DIGNIDAD

Hablando el Conde Lucanor con Patronio, su fiel consejero, le dijo que estaba muy preocupado por algo que quería hacer, pues, si acaso lo hiciera, muchas personas encontrarían motivo para criticárselo; pero, si dejara de hacerlo, creía él mismo que también se lo podrían censurar con razón. Contó a Patronio de qué se trataba y le rogó que le aconsejase en ese asunto.
-Señor Conde Luconor- dijo Patronio-, me gustaría mucho que pensarais en la historia de lo que le sucedió a aquel hidalgo de Guadalajara. Aconteció hace muchos años pero aún me acuerdo muy bien.
“Era yo muy chico, cuando sucedieron los acontecimientos que a continuación voy a relatarle. Bien, contaba yo con seis o siete años, cuando llegó un señor a la posada que regentaba mi madre, que en paz descanse, en mi pueblo. Lo recuerdo muy bien. Era una muy fría noche de invierno, en la que nevaba sin cesar y parecía que el diablo iba a entrar por la puerta en cualquier momento. Pero en vez de ser el diablo, entró un pobre hombre helado de frío. Apenas podía caminar, puesto que sus piernas estaban tan heladas que parecía obra del mismísimo Lucifer. Mi pobre y bondadosa madre le ayudó a reponerse, llevándole hasta el gran fuego que Doña María, mi tía, había encendido en la cocina. Pasase él toda la noche frente al cálido fuego.
A la mañana siguiente, cuando el hombre se hubo despertado, nos dio las gracias, puesto que mi madre le había salvado de la muerte. Una vez el hombre hubo terminado de comer aquel desayuno que, con lo poco que teníamos le había preparado mi madre, aquel señor nos contó su historia.
Por lo que nos dijo, el señor se llamaba Miguel y era un hidalgo originario de un pueblo cercano. Por lo que nos contó, este hidalgo residía en Valladolid y venía a visitar en su tierra a su madre que estaba muy enferma. No nos contó nada más en los siguientes siete días y siete noches que el hidalgo se hospedó con nosotros.
La verdad, ni mi madre ni yo comprendíamos por qué aquel hidalgo no reemprendía la marcha. Pasaron todos esos días, seis en total, hasta que mi madre, llena de curiosidad, le preguntó la razón por la cual no se marchaba. Pero mi pobre madre no obtuvo respuesta.
Aquel mismo día un llegó un jinete al pueblo y se detuvo ante la posada. Aquel señor resultó ser un emisario del Conde de Hita que entregó una carta al hidalgo. Cuando el hidalgo, sorprendentemente, abrió la carta en nuestra presencia y la leyó para sus adentros se echó a llorar. Mi madre le preguntó por qué un hidalgo como él lloraba tan desconsoladamente. En esta ocasión mi madre sí obtuvo respuesta. El hidalgo le contó la verdadera historia de su viaje a Guadalajara.
Por lo visto él no era de la provincia sino que era de Valladolid. La verdadera razón de su viaje era que se había enamorado de una de las hijas del Conde de Hita.
Hacía unos meses que en un viaje de la doncella a Valladolid, este había quedado enamorado de ella. Y tras pedir consejo a algunos amigos suyos, ni corto ni perezoso, el hidalgo pidió la mano de la hija del conde a su padre, quien montó en cólera porque un hidalgo le había pedido la mano de una futura condesa. Este la rechazó y fue fuertemente criticado por toda la ciudad quien supo esto en varios días. Unos le criticaban por su tremenda osadía. Otros, los mismos que le habían aconsejado a lanzarse, ahora le criticaban por haberlo hecho de tal forma que el conde se enfadara tanto.
Y ahora el hidalgo estaba en la provincia para conseguir la mano de aquella doncella. También nos contó que en la carta que el Conde le había escrito había una amenaza de muerte si el hidalgo se acercaba a Hita.
Mi madre quedó muy impresionada por la historia y preguntó al hidalgo qué iba a hacer entonces. Este le contestó que por mucho que le criticaran y amenazaran, él iba hacer lo que le dictaba el corazón y su cabeza tras haber sopesado los riesgos de la amenaza. Y esto era, aunque la gente le criticara, conseguir a esa doncella porque se había dado cuenta de que hiciera una cosa o la otra le iban a criticar diciendo que era un osado o que era un cobarde. Pero cómo él tenia dignidad, al menos lo iba a intentar”.
“Señor conde si vos habéis entendido la historia, os habréis dado cuenta de que haga lo que haga habrá gente que os critique, por lo que a mi modo de ver vos debéis sopesar las consecuencias de vuestros posibles actos, y hacer lo que el corazón y vuestro propio interés os digan”.


Alberto Recio Mayoral (3ºA)

Alberto dijo...

Dámaris me ha gustado mucho tu historia.