Había una vez una niña que tenía un osito de peluche rosa llamado Poldo.
Era su único peluche y le tenía mucho cariño. Sus amigos le decían que quizás Poldo se sentía muy solo porque no tenía amigos peluches, así que Rebeca, que así se llamaba la niña, decidió comprarle una compañera.
Consultó con sus padres esa opción y le dieron dinero para comprarse un peluche del tamaño de Poldo. Ahora la niña tenía el dinero, pero la pregunta era… ¿qué peluche debía escoger? David, uno de sus amigos, le había dicho que no podía comprar otro oso porque si lo hacía Poldo se sentiría más que acompañado sustituido por otro oso, así que Rebeca no pensaba comprar otro oso.
A Rebeca le gustaba un peluche que no sabía muy bien lo que era, era un bicho alargado con alitas pequeñas y una boca que daba algo de miedo, su amiga Alicia dijo que era un dragón y que no podía comprarlo para que Poldo no se sintiese solo, porque el dragón tenía una cara tan extraña y con dientes que iba a asustar a Poldo, así que Rebeca se fijó en otro.
Esta vez le gustó un cervatillo de ojitos brillantes y Alicia decía que era perfecto, pero entonces David le replicó que no podía coger un ciervo porque era la merienda de los osos y Poldo se lo comería. Rebeca estaba un poco harta ya de tanta réplica, pues ella conocía la dieta de Poldo , formada por té y chocolate, y no creía que éste se fuese a comer al ciervo y menos aun con esos ojitos que tenía, pero por si acaso miró otro peluche.
De nuevo, se fijó en otro peluche, y esta vez le gusto más que los anteriores. Era un caballo de alas plateadas y un cuerno brillante en la frente. Sus amigos no pusieron quejas a este animal porque no sabían lo que era, pero aun así el dinero no le llegaba para comprarse el bonito caballo, así que pasó de largo.
Entonces los ojos de Rebeca se posaron sobre un animalito que era como un gato totalmente negro y con los huesos remarcados y un corazón rojo llamativo. A ninguno de sus amigos les gustaba el peluche, decían que era siniestro.
En esto vino la hermana de Rebeca para preguntarle qué peluche había escogido. Rebeca le explicó cuales le gustaban pero que no podía cogerlos y el porqué.
-¿De veras crees que es necesario comprarle un peluche a Poldo porque crees que se siente solo pero en el fondo te tiene a ti?-dijo su hermana porque se quería ir cuanto antes.
Rebeca reflexionó. Tenía razón, no tenía por qué buscarle un amigo a Poldo solo porque los demás dijesen que quizás se sentía solo cuando era ella la única que podía decidir sobre la vida de Poldo (aparte del propio Poldo) y pensó que porque los demás no les gustasen los otros peluches ella no tenía que quedarse sin ellos, así que convenció a sus padres y se los compró todos.
Víctor Martín López: Historia con Moraleja.
Érase un hombre que se sentía muy agobiado porque quería aprender muchas cosas en poco tiempo y ser bueno haciéndolas. Intentando establecer un orden de prioridades preguntó a su mayordomo su opinión. Él que perfectamente conocía una buena lección a su descabellado propósito quiso que su señor se diese cuenta de ello por sí mismo. Por esto comenzó a narrar una historia:
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“Cierto que sabes nadar, no mientes cuando dices que sabes volar y muchos suspiran por tus plumas, pero, ni nadas tan rápido como un pez, ni vuelas tanto ni tan alto como un pájaro y por supuesto no tienes el plumaje de tu pariente el pavo real”.
El pato se quedó triste y cabizbajo pensando en aquello.
Desde ese día ni una presumida frase salió del pico del pato y se esforzó en silencio por mejorar sus cualidades.>>
Al terminar el mayordomo con la historia, su señor se dio cuenta de sus limitaciones y de ahí en adelante adoptó una actitud semejante a la del pato
Moraleja: Más vale hacer una cosa bien que muchas mal, o como dice un refrán: “aprendiz de mucho, maestro de poco”